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Los agronegocios

 

El negocio del campo tiene la fama de tener una gran rentabilidad. Sin embargo, podríamos decir que un negocio industrial, comercial o de servicios gana mucho más que el campo. El campo tiene una gran inversión, si sos dueño de la tierra. Si te dedicás a producir y tenés que comprar las maquinarias, el dinero invertido es muy importante...

Un tractor cuesta entre U$S 80.000 y U$S 300.000 según la marca y potencia.

Una cosechadora entre U$S 300.000 y U$S 800.000.

Un cabezal te puede salir U$S 100.000

Un pulverizador U$S 130.000

Una sembradora, entre U$S 200.000 y U$S 300.000

Una picadora de maíz entre U$S 500.000 y U$S 700.000

Ni hablar de los repuestos para el mantenimiento.

No hace falta que alguien que trabaje el campo compre estas máquinas, se puede alquilar su servicio, del cual viven otras familias de emprendedores, que en muchos casos tampoco tienen campos, pero se dedicaron a comprar fierros y hacen los servicios de siembra, cosecha, pulverización y otros. Si el campo fuera un gran negocio, los pueblos del interior serian un lujo.

Nada de ello ocurre, es por lejos un negocio del cual el Estado siempre se aprovechó para cobrar impuestos y no le devolvió políticas activas para su desarrollo. Por ejemplo, carecemos de una red ferroviaria para bajar costos de flete y no hay políticas de venta de productos al exterior, como la que tiene Brasil para sus productos de carne bovina, cerdos y aves.

Nos queda un largo camino por recorrer en este rubro. En el imaginario social están las camionetas, que hoy las compran en igual proporción los emprendedores de la ciudad y los del campo, más por razones impositivas que de necesidad de prestación real.

En los últimos años, la rentabilidad cayó tanto que salieron al mercado familias de camionetas petisas, para gastar menos en combustible y hacer rendir más el dinero. El campo debería motorizar el gran crecimiento de Argentina, pero cada presidente que llega dice que lo hará más adelante, y cuando parece llegar el momento se va, viene otro y a empezar de nuevo.

En los últimos 12 años el mix de retenciones y limitaciones al comercio exterior descapitalizó al sector, y en la actual coyuntura la devolución de retenciones solo sirvió para que el negocio no se termine de hundir, porque los precios, muy lejos de la época de oro del año 2008, se encuentran cerca de la mitad de su valor máximo, y con una suba de costos descomunal. El sector sigue esperando cambios mientras el imaginario social lo cree rico. Hace falta sincerarnos, se puede crecer mucho si se toman medidas de fondo. Pero los inconvenientes no se suceden únicamente entre quienes producen soja, trigo y maíz.

El sector frutihorticola de la Patagonia también tiene severos problemas económicos con la producción de la manzana y la pera. En el alto valle de Rio Negro se podría producir el doble de lo que actualmente se cosecha, pero resulta imposible desarrollar esa posibilidad sin políticas de Estado que permitan llegar a precios competitivos. Los gobernantes viven pensando en los problemas de Capital Federal y el Conurbano bonaerense, que sin duda son muy importantes, pero no se dan cuenta de que si resuelven la ecuación exportadora de las materias primas, recaudarán mucho más dinero en concepto de impuestos y podrán resolver más rápido los problemas de Capital Federal y el conurbano.

Propuestas para el negocio del campo y para mejorar la vida de los argentinos: La Argentina no necesita exportar materia prima, necesita exportar agregado de valor. Resulta absurdo que produzcamos 38 millones de tonelada de maíz, y solo utilicemos 6 millones de toneladas para consumo interno y el resto lo exportemos al mundo. Ningún país del mundo exporta el 80% del maíz que produce, todos los países agregan valor y luego lo exportan.

El gobierno debería incentivar la producción en el 100% de las tierras explotables de la Argentina, pero haciendo una reforma impositiva que invite a las partes a producir mucho más.

Un problema severo que se repite es que los dueños de campo piden un alquiler muy elevado al hombre que lo trabaja, y esto termina generando una destrucción de emprendedores que obstinadamente alquilan campo para poder producir granos y hacer un buen negocio, y terminan muriendo en el intento. Para que no haya abusos entre dueños e inquilinos proponemos una política impositiva que invite a los productores y dueños de campo a convivir y desarrollar un negocio en conjunto.

Por ejemplo: El dueño de campo que alquile la tierra y no participe del negocio deberá pagar un impuesto especial del 15% sobre el alquiler cobrado, que no será deducible para pagar ganancias. En buen romance, pagará sobre el 50% de lo que perciba. Abogados abstenerse de opinar, mucho dirán que es confiscatorio, y esa es la idea, que nadie más alquile el campo, sino que se transforme en socio de la persona que va a trabajarlo. El alquiler que le cobran al inquilino es confiscatorio, no le da margen para ganar dinero y lo convierte en un dependiente del dueño de campo. El dueño del campo, en lugar de invertir en su pueblo, toma el dinero ganado y lo reinvierte en las grandes ciudades, así se produce una pérdida de capital en la zona que está el campo, y los pueblos terminan marchitándose como una margarita.

Si el dueño del campo se asocia en partes iguales con el emprendedor que trabaja el campo en una SRL (Sociedad de Responsabilidad Limitada) o SA (Sociedad Anónima) para explotar el campo (no para ser dueño del campo, uno pone el campo y el otro el trabajo sobre el campo, ganando ambos 50% cada uno), solo pagará ganancias del 35% como lo hace actualmente.

Si ésta SRL o SA decide no retirar utilidades cuando termina la cosecha y reinvierte la ganancia obtenida y sigue trabajando en el negocio de agricultura, la tasa de impuesto a las ganancias que pagará será del 25%. Un claro incentivo a seguir invirtiendo. Si esta SRL o SA decide no retirar utilidades cuando termina la cosecha y pasa a desarrollar un negocio de agregado de valor, invirtiendo en ganadería, cerdo, pollos, producción de huevo, molinos u otro tipo de negocios que tomen no menos de 10 personas para su explotación, pasará a pagar una tasa de impuesto a las ganancias del 15%, y tendrá automáticamente un crédito del Banco Nación a tasa subsidiada para llevar adelante el proyecto.

Con esto tratamos de incentivar a que las partes (dueño del campo y quien lo explota) se pongan a trabajar en conjunto, tras un proyecto común, y comiencen a desarrollar empresas que generen más puestos de trabajo en el interior, y de esta forma combatir la desocupación. Con esta propuesta pasamos de una carga tributaria del 50% a una carga tributaria del 15%, pero en el camino hay que invertir, generar puestos de trabajo, transformar el producto primario y pagar el resto de los impuestos que tiene la economía. Todo esto tiene que venir acompañado de políticas tributarias complementarias que hagan que estos proyectos sean viables.

En primer lugar, los activos que se compran para desarrollar los proyectos deben ser actualizados por inflación (camionetas, bienes de capital, molinos, etc.), de lo contrario nadie va a realizar una inversión a 10 años, si dichos activos se deprecian contablemente en el tiempo, y como las amortizaciones de los activos se toman a valores históricos, se genera un mayor pago de impuesto a las ganancias.

En segundo lugar, debemos tener un tipo de cambio competitivo para poder colocar nuestros productos en el exterior. Si no exportamos estamos generando oferta para un mercado interno reducido como el nuestro, que rápidamente se satura, los precios se canibalizan, ceden a la baja por la sobre oferta y se termina la rentabilidad. Como, por ejemplo, el gran cierre de tambos en la Argentina.

En tercer lugar, para exportar necesitamos tener una política apropiada de comercio exterior, de forma tal de que cada embajador sea un vendedor de nuestros productos. El Estado debe financiar los viajes en todos los congresos mundiales de alimentos para ir a desarrollar mercados, y que los productos argentinos tengan presencia en el exterior. Brasil tiene una política muy agresiva de comercio exterior, en el año 1973 ya le estaba vendiendo carne a Medio Oriente, y fue el primero en llegar con estos productos a China. Tenemos que colarnos con Brasil en todos los mercados del mundo.


 

FUENTE: Salvador Di Stefano, Agroeducación

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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